En el Alto Palancia, de repente, desapareció la paz y con ella la vida misma.
Cada día mueren muchas personas por las bombas o debajo de los escombros, pasan miedo y sobre todo mucha hambre. Escasean los productos de primera necesidad, la gente se las apaña para sobrevivir con lo poco que puede conseguir.
Muchas familias, ante las atrocidades de la guerra, deciden abandonar sus casas o se ven obligadas a separarse y enviar a sus hijos al extranjero. La mayoría de estos niños exiliados no regresaron nunca, son los llamados “niños de la guerra”.
Los carteles, presentes por todas partes, aleccionan a la población. Todo lo que no se corresponde con la ideología del bando, es suprimido.
La vida en el frente del Alto Palancia era extremadamente dura, la guerra de trincheras es la más miserable para el soldado: el constante miedo a la muerte, la falta de alimentos, el frío, la humedad, el barro, las plagas de ratas y piojos… la guerra parecía interminable.
La guerra de trincheras debilita al más fuerte. Todos los días muere gente, a veces los cadáveres se descomponen frente a las trincheras. La falta de sueño y la impotencia desmoraliza a las tropas. Los soldados se sentían miserables, deprimidos, agotados, sin ánimos para vivir.
El agobiante calor del verano de 1938, el lluvioso otoño y el frio intenso del invierno, convierten las trincheras en un autentico infierno, un duro castigo para los combatientes que deben luchar contra estos elementos tan mortíferos como el fuego enemigo.
Los soldados permanecen interminables horas a la intemperie, inmóviles, en trincheras anegadas de agua, barro o nieve. Los pies progresivamente se entumecen y la piel se tornaba roja o azul, indicando una falta de riego sanguíneo, es el “pie de trinchera” dolorosa enfermedad descrita por primera vez durante la Primera Guerra Mundial. En invierno los combatientes soportan temperaturas bajo cero con insuficiente equipo, el frio congela las extremidades pudiendo ser necesario amputar los miembros afectados.
El papel de los Servicios Sanitarios es crucial en el campo de batalla tanto por el número de vidas que puede salvar como por su influencia en el ánimo de los soldados que saben que cuentan con atención sanitaria en caso de caer heridos.
Practicantes y camilleros realizaban las primeras curas. En el mismo campo de batalla un médico militar atendía las heridas más urgentes, incluyendo intervenciones quirúrgicas y amputaciones. Los heridos eran enviados en mulos, tendidos sobre parihuelas, hasta las ambulancias que los trasladaban a los hospitales militares, alejados del frente.
La comida, poca y mala: algo de carne con patatas, garbanzos, casi siempre duros, o un plato de alubias. Cuando no llega el “rancho” caliente se recurre a productos enlatados de acuerdo a las denominadas “raciones de previsión”, latas de carne en conserva, sardinas, atún, leche condensada…
El agua es vital, cada soldado lleva un litro de agua, en verano es insuficiente por lo que se recurre a soldados acemileros que con sus mulos trasportan el agua necesaria para llenar de nuevo las cantimploras.
El alcohol se emplea como recompensa a una acción bien realizada, para combatir el frio o como “quitamiedos” ante un inminente ataque.
Los mandos, conscientes de la importancia del descanso, levantan no muy lejos del frente, las “chabolas de tropa”, pequeñas construcciones realizadas en piedra seca, resguardadas del fuego enemigo, en las que duermen los soldados. También sirven como almacén de víveres, pequeñas enfermerías o establo para las mulas.